I.
Mientras sirvo un agua mineral finamente gasificada:
- Oie, pero que beio que es tu coiar...
- Sí, es de Persia.
II.
Detrás del restaurant, hay otro mundo. Pasando la puerta vaivén, todo se vuelve extraño.
Debajo de sus uniformes idénticos, tatuajes diferentes.
- ¿qué dice?
- dice "tú y yo"
- ¿y quiénes son?
- y, tú (me señala) y yo (se señala).
- "Tito y Graciela" un punzón y tinta. Estábamos yo y una pierna mía, el Negro Tasqui. Y acá me puse Gabi.
- está al revés...
- y sí, lo hice yo. Mira para arriba porque es para que lo vea yo y nadie más.
- te llaman, Diego. El señor ese; quiere pagar.
III.
Voy entre las mesas. Quieren pan. Me presiono para apurarme más. Se enfría. Cuido de la comida de los demás como si fuera yo quien la vaya a saborear. Puedo percibir el gusto que tiene. Puedo sentir el sabor de la cerveza que pronto acariciará esas gargantas. A veces siento que los clientes son mis hijos. He establecido con ellos una relación maternal. Tengo que cuidarlos. Después voy a comer, cuando se hayan ido a dormir cada uno a su cama. Después voy a comer, rápido, pensando en lo que tengo que limpiar y contando las monedas. Soy una madre, lo mío existe; solo que viene después.
Entro a la heladera gigante que está detrás de la puerta vaivén. Ahí está él. No puede ocultar su marca stone aún dentro de esa camisa unificadora, del cartelito con su nombre. Tiene dos vasitos:
-Matálo, matálo, matálo... dale, dale, dale... - me incita - Pienso en mi estómago vacío por una fracción de microsegundo. De un trago terminamos los vasitos. El tequila y su efecto burbuja: dos minutos y estalla en la cabeza, como si algo se rompiera dentro, de repente. Todo se vuelve vidrioso, extraño.
- En la cárcel tomábamos pajarito - me educa - alcohol fino y fruta fermentada. Ahora no, tuve que rescatarme por Gabi.
Disimulo mi estadía con un pack de cocas ligth. Se consumen más que el agua.
IV.
Voy entre las mesas. No me desplazo, giro. Voy doblando las esquinas de los cuadrados que forman. Todas están llenas, todas tienen hambre. Ya no me importa demasiado. Ni la propina, ni mi cara; no me importa lo que me dicen. No hablo. Sólo pienso en lo que me gustaría ser: Ahora me gustaría ser Gabi. Ser el tatuaje Gabi, ser el rescate Gabi, ser la Gabi que está durmiendo y espera tranquila, ser la más amada, Gabi, la única, la primera, Gabi, Gabi, que nadie la toque, Gabi, llena de regalos.
Mientras espero un vuelto:
- sos linda vos... sos linda, ¿eh?
Me confundo.
V.
Cuando le dijeron que su padre había muerto, le dio una piña a la pared. El salón estaba lleno. Yo observaba detrás de una cortina; él no me vio, no veía nada. Salió corriendo y llorando, atropellándolo todo. Algunos comensales, los de los box de la entrada, giraron la cabeza.
Semanas más tarde, a la salida, armaba un porro en el macetero con un boleto de la línea 92:
- en mi barrio los pibes comen ratas. Las cazan y las hacen a la parrilla. Ratas grandes, como gatos. Sus ademanes dimensionaban la anécdota.
Me río con carcajadas extravagantes.
- de qué te reís - me retó, asqueado - ratas como gatos... yo quería llorar.
Me sentí una idiota; al ratito desaparecí como si me tragara la madrugada.
VI.
La última vez que lo vi - como todas las veces que lo vi - habíamos tomado. En el baño de varones me mostró dos latas que traía camufladas dentro de una caja vacía.
- esta noche sí - decidió. Y todo mi cuerpo tembló, como en éxtasis: su mano, como siempre helada, debajo de la pollerita nueva, se dio cuenta. Subimos a la terraza. Los enormes tubos de calefacción me parecían una ciudad futura.
jueves, 27 de abril de 2006
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